Inauguración o sobre una nueva democracia

Inauguramos este blog y, como no podría ser de otra manera, lo hago manifestando mi admiración y mi adhesión al movimiento que, durante estos últimos días, ha congregado a todos aquellos que ya no soportan la hipocresía de la clase política. Pero, además, mi simpatía es más manifiesta o más entusiasta al escuchar que no es un  movimiento contra la política o contra la democracia. Ésta parece ser una protesta contra aquello en que se ha convertido nuestra política y nuestra democracia, contra el acomodo y los privilegios de la clase política.

Parecen buenos tiempos estos, los de estos días. Parecen buenos tiempos porque ya éramos muchos los que en algún momento habíamos afirmado que es necesario despertar el espíritu de los clásicos. Y no lo digo porque tengamos que recuperar ideológicamente nada ni a nadie, sino porque quizás ya es hora de recuperar la necesidad de pensar y de soñar con otros modelos o nuevos caminos. Volver a pensar, ni más ni menos, que parecía que se nos había olvidado.

Las revoluciones burguesas del siglo XVIII quizás se están agotando, quizás la democracia deba renovarse para ofrecernos un nuevo camino que nos lleve a una sociedad más justa y más libre. Aquellos que lucharon contra el antiguo régimen, pensaron en un sistema con dos pilares fundamentales: el sufragio universal y la separación de poderes. Pero aquella separación de poderes no contemplaba como peligroso al poder económico. Al fin y al cabo, los revolucionarios eran los que tenían el dinero, aunque no tenían la capacidad de decidir el destino político. Por eso la burguesía del siglo XVIII no sólo quería manejar la economía y acumular riquezas, también quería decidir. Y de aquí la revolución para acabar con el antiguo regimen. Pero, dos siglos después, la pregunta es: ¿No deberíamos ya poner coto al poder económico para que no decida por nosotros las políticas a seguir? ¿No deberíamos preservar la política de las injerencias de aquellos que sólo buscan un beneficio propio? ¿No deberíamos someter a la voluntad democrática el poder de bancos y entidades supranacionales que existen al margen de cualquier control democrático y que son las que dirigen desde la sombra el destino de los países? ¿No hemos madurado lo suficiente como para poder dirigir ahora el destino de nuestra sociedad? No me extraña que haya tanta gente descontenta con la clase política, lo que me sorprende y me admira es que hayamos tardado tanto en dar el alto a los que nos llevan por un camino que, quizás, ya no es el nuestro.

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