"El personaje individual e imponente, que los románticos imaginaban en sí mismos, varias veces, en sueños, he intentado vivirlo y, tantas veces como he intentado vivirlo, me he encontrado riéndome a carcajadas de mi idea de vivirlo. El hombre fatal, al final, existe en los sueños propios de todos los hombres vulgares, y el romanticismo no es sino el volver del revés del dominio cotidiano de nosotros mismos. Casi todos los hombres sueñan, en los secretos de su ser, un gran imperialismo propio, la sujección de todos los hombres, la entrega de todas las mujeres, la adoración de los pueblos y, en los más nobles, de todas las eras".
Lúcido Pessoa. Pero él era un extraño ser que, como un perro abandonado en la cuneta después de haber sido arrollado por los hombres, ladraba inútilmente su soledad con las palabras más bellas. Es igual, en todo caso, no puedo ser Pessoa, muy a mi pesar; aunque tampoco desearía serlo, a pesar de mis pesares. No, no deseo desvanecerme en la búsqueda constante de la palabra más bella, sumergida en la oscuridad de mi cuarto y compadeciendo al mundo y a los hombres por ser felizmente inconscientes. Aunque tampoco quiero dejarme arrastrar por las banderas, el poder y la propiedad: las verdaderas obsesiones románticas. Me imagino diciendo, "mira, éste es mi país, ésta es mi hacienda, éstos son mis trabajadores, éstos son mis galgos, y éste mi amado marido y mi coche y mis joyas y mi verja y ésta la cerradura de todo cuanto poseo", y no me quiero ver. Porque, si ese instante llegara, ruego a los dioses un soplo de lucidez suficiente que me permita buscar como una loca a Pessoa. Después, me sumergiré en la oscura soledad de su cuarto para leer, de él, las palabras más bellas y despreciaré la inconsciencia de la feliz propietaria que ya no seré.
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