Este fin de semana, más allá del ruido y de las sacudidas de las votaciones en Asturias y Andalucía, se ha celebrado el congreso de Convergència Democràtica de Catalunya. Este congreso también ha acabado con ruido, o más bien con una sonora fanfarria que ha dejado en un segundo plano otros elementos que, para mí, son mucho más importantes. La fanfarria tenía que ver, por supuesto, con la independencia de Catalunya. Pero, no nos engañemos, la bandera del soberanismo es, sobre todo, una pose para arengar a las bases y para recoger votos que disfracen otras decisiones de mayor calado para la vida de los ciudadanos que vivimos en Catalunya. Simplemente recordemos una cosa: reclamamos la independencia de puertas para adentro, para después negociar y ponernos de acuerdo con el PP, es decir, con el nacionalismo español.
El soberanismo de Convergència es una actitud que tiene que ver más con la barretina y la sardana, que con un verdadero proyecto de estado. Porque, en realidad, no es un proyecto de estado, no es un proyecto que implique un verdadero cambio de estructuras o una transformación de la sociedad, sino que simplemente es un proyecto de segregación del capital, del poder económico -aprovechando la excusa de que hablamos una lengua diferente. De hecho, Convergència lo ha dejado claro: si no nos hacen caso con nuestra reivindicación del pacto fiscal, tendremos que ir hacia la independencia. Dicho de otra manera, o nos dejan que manejemos más dinero del pastel que recaudamos de los ciudadanos o caminaremos hacia la independencia para no tener que participar con ese dinero en el estado español. Ni más ni menos. Yo no afirmaré que ese planteamiento no sea legítimo, pero sí que afirmo que engañan cuando no se atreven a decir las cosas bien claritas.
El elemento que ha quedado disimulado tras la fanfarria soberanista es el abrazo sin ambages que Convergència hace al neoliberlismo. Convergència, mientras estuvo dirigida por el señor Pujol -padre-, se mantuvo en una línea cercana a la socialdemocracia. Unió siempre ha sido el elemento más conservador, pero Convergència estiraba del nacionalismo catalán hacia políticas más sociales -aunque sólo cercanas o incluso, si se me permite la imprecisión, lejanamente cercanas-. Pero la llegada del señor Mas y del hijo de Pujol -el delfín llamado a ser el nuevo líder- han dado como resultado el cóctel soberanismo-neoliberalismo. La pregunta que nos podemos hacer los catalanes es: ¿De verdad ser independientes va a hacer que los ciudadanos veamos que cambian nuestras condiciones de vida? ¿Que me exploten en catalán me hará sentir mejor que si me explotan en castellano? ¿Alguien me puede asegurar que la independencia no es simplemente una manera de convertir en más ricos a los ricos catalanes? Porque igual hay muchos catalanes o asturianos o madrileños o andaluces o... que estaríamos dispuestos a independizarnos, pero no simplemente del estado español, sino de la Unión Europea y de sus políticas neoliberales y sangrantes para los más pobres.
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