Si alguien dijera que el asesino del diputado
Gómez Gómez es un bobo o un necio profundo, faltaría a la verdad. Ahora bien, si dijéramos
que es un tipo con escasas luces, quizás no andaríamos muy desencaminados. El
matiz es importante, porque su acto fue la consecuencia de un impulso súbito que alguien más sensato y racional hubiera corregido a tiempo, aunque no sería
justo decir que fue simplemente el resultado de una estupidez. Es mi opinión y cierto
es que no le conozco en absoluto, pero también es verdad que los hechos
ocurrieron justo delante de mí, a escasos dos metros de la mesa en la que yo bebía
mi cerveza. Otro dato a tener en cuenta es que, por lo que han contado los periódicos, Fernando Expósito no abrió la boca durante las
tres horas de interrogatorio ante el juez, excepto para decir una sola vez que había matado
al diputado por reírse. Creo que sus palabras textuales fueron, "se ha reído,
él se ha reído", y, desde entonces, no ha vuelto a decir ni pío. Desde
luego, muy locuaz y brillante no debe ser Fernando Expósito –por cierto, todos los periódicos se han referido a él como F.E., pero cuando mencionaron al diputado asesinado no le llamaron G.G.; en fin, debe ser cosa de la deontología periodística.
Como digo, yo lo vi todo. Vi cómo se volvió hacia mí como si estuviera buscando una solución desesperada, cómo, al verla sobre mi mesa, cogió la botella de cerveza por el cuello, la rompió con un golpe seco contra el canto de la mesa y, con un giro rápido de su cuerpo mientras elevaba el brazo, ensartaba el cascote en el cuello del diputado Gómez Gómez. La sangre empezó a brotar a borbotones salpicándonos a todos los que estábamos alrededor y el diputado Gómez Gómez cayó como un fardo sin ni tan siquiera tener tiempo para borrar la sonrisa de su cara. Ocurrió tal y como lo explico ahora, aunque no puedo dar detalles del inicio del incidente. Por lo que oí de otros que andaban por allí, Fernando Expósito se había acercado al diputado cuando éste salía del acto en el palacio de deportes y se dirigió a él para pedirle una solución, "perdóneme diputado, pero no tengo trabajo, ni subsidio, estamos prácticamente en la indigencia y sólo mi suegra nos acoge y alimenta con lo que cobra de la pensión. Por favor, ayúdenos, haga algo por nosotros". El diputado Gómez Gómez ni siquiera le miró y se dejó llevar por los tres gorilas que le rodeaban. Pero, unos pasos más allá, Fernando Expósito volvió a insistir hincándose de rodillas en el asfalto, delante de ellos, "por favor, señor diputado, yo sólo quiero un trabajo que me permita vivir. He perdido el piso y todo lo que tenía, ahora sólo me queda la dignidad, pero vendo mi dignidad y lo que sea por un trabajo, sólo quiero dar de comer a mi familia". Esta escena ocurrió a pocos metros de donde yo estaba tomando mi cerveza al sol, y pude observar la patética situación y cómo el grupito que acompañaba al diputado rodeaba al desgraciado sin hacerle apenas caso. Supongo que, para ellos, aquello no era más que un incidente incómodo y embarazoso, así que, sin dejar de saludar como si tal cosa a los entusiastas militantes que vitoreaban al diputado Gómez Gómez desde las puertas del palacio de deportes, continuaron caminado hasta que llegaron justo delante de mi mesa. El desgraciado Fernando Expósito corrió rodeando al grupo de gorilas y acólitos, volvió a hincarse de rodillas ante el diputado y le dijo, "si no es por mí, por lo menos hágalo por mis hijos, por favor, sólo pido un trabajo". Y fue entonces cuando el diputado Gómez Gómez esbozó su sonrisa.
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