El camino perdido de la felicidad



¿Qué se esconde en nuestra naturaleza que nos ciega y aturde el entendimiento hasta conseguir alejarnos de lo que verdaderamente importa? ¿Cuáles son los oscuros mecanismos que nos hacen olvidar el sentido real de vivir? Pero cuando digo vivir, no quiero decir más que eso, vivir. O, por decirlo de manera más nítida, vivir plenamente volcado en la vida. No descubro nada y otro muchos lo anunciaron mucho antes y con voces más bellas, pero es que nos hemos olvidado de sentir la vida, a pesar de que sólo eso es lo que verdaderamente importa. La humanidad por entero debería volcarse en la tarea, debería ser la preocupación que ocupase a las mentes más brillantes del planeta. Y, si así fuera, nosotros, ansiosos, depositaríamos todas nuestras esperanzas en ellos y en su capacidad para indicarnos el camino. Pero no es así. Nadie espera ya, quizás porque no haya nada que esperar. Y seguiremos solos y perdidos en un universo amenazador construido con nuestras propias manos para devorarnos a nosotros mismos, un universo que fagocitará las últimas migajas de nuestro deseo de agarrarnos a la vida.

Aún así, a pesar de todo, a veces sueño con despertar. En ocasiones confío en que, por alguna suerte del destino o empujados por alguna forma de locura pasajera, podamos volver atrás hasta encontrar los pasos perdidos. Porque, ¿para qué vivir, si no es para salvarnos? Llevamos miles de años a nuestras espaldas, cargamos con la experiencia de haber fracasado en tantos y tantos intentos, y sabemos qué caminos no deberíamos volver a pisar jamás. Pero, a pesar de todo, hemos sido incapaces de discernir qué es lo importante y continuamos enredados en miles de mentiras. Después de toda una eternidad, ¿cómo es posible que la humanidad aún no haya encontrado la manera para ser felices?

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