El extraño caso de Gemma Santacana


Los médicos no se ponen de acuerdo y ya son muchos los que han buscado causas, sintomatología y remedios. Los galenos también han removido en el cuerpo y la mente de la pobre Gemma con pruebas de diversa índole, repitiendo unas y ampliando otras. Analíticas completas y otras completísimas, psicoanálisis, acupuntura, análisis por la imagen, homeopatía e hipnosis, cataplasmas y emplastos, aliviadores del espíritu y sanadores del alma, todo, se ha probado todo, pero con escasos o nulos resultados. El caso de Gemma Santacana está poniendo a prueba a toda la profesión médica y nadie parece ser capaz de dar con la solución a sus males.
Yo la conozco bien y tengo mis sospechas, aunque no soy médico y nunca me atrevería a sugerir mis intuiciones a los más sabios y doctos rebuscadores de enfermedades. De todas formas, contaré lo que sé de cierto y que cada cual saque sus conclusiones. Todo empezó en la primavera de 2011, durante el mes de mayo. Gemma Santacana, soltera, de veintiséis años, licenciada en económicas y con un máster en relaciones internacionales, estaba en paro y sin perspectivas en el horizonte. Como uno más de los muchos jóvenes de este país, se unió a los que protestaban en plazas y acampaban sobre los adoquines con la esperanza de ser escuchados. Allí, en la plaza de Catalunya de Barcelona, conoció a muchos como ella e hizo amigos, entre ellos a Eduard, geólogo y también desesperado en busca de colocación. El caso es que Gemma vivió ilusionada con la posibilidad de cambiar en algo el mundo, para ella y para todos los que, sin saber cómo, se habían encontrado con una realidad que les abofeteaba sin que hubieran hecho nada para merecerlo. Colaboró en las actividades limpiando suelos y tiendas, informando a extraños y escépticos, organizando comidas y transportando trastos de un lado para otro. Participó también en las asambleas y, aunque nunca pidió la palabra, disfrutó escuchando ideas y sueños, o agitando las manos para votar entusiasmada las propuestas que le convencieron. Hasta el día en que la plaza se convirtió en una amenaza. Fue el veintisiete de mayo, por la mañana. Gemma Santacana se sentó en el asfalto delante de los policías antidisturbios, con las manos en alto y gritando "estas son nuestras armas". Eduard estaba a su lado y los dos creyeron más que nunca en la contundencia de sus razones. Pero las porras pudieron más que sus convicciones y poco después les devolvieron a casa, a Eduard con una brecha y el lomo dolorido de un porrazo, a Gemma con el alma vuelta del revés. Por la tarde de ese mismo día, escuchó al conseller de interior de la Generalitat de Catalunya, el señor Felip Puig, acusarles de revolverse violentamente y de haber herido a más de setenta policías, además de presentarlos como guarros, peligrosos, andrajosos, antisistema, insalubres y violentos, a todos, incluyendo a Eduard y a Gemma Santacana. Hasta ahí, nada hacía sospechar lo que vendría después, cuando al día siguiente aparecieron los síntomas. Fue durante un noticiario de la televisión, al escuchar el nombre del conseller, Felip Puig. Justo en ese momento, cuando el locutor lo nombró, aparecieron las arcadas y comenzó a vomitar sin control durante varias horas. Todos se asustaron al ver a la pobre Gemma dominada por los violentos espasmos, sentada en el suelo y apoyada en el inodoro sin poder evitar la náusea, aunque poco a poco se fue calmando y dieron por buena la interpretación de que aquello había sido provocado por las alteraciones del día anterior. Pero, desde entonces, a Gemma Santacana, cada vez que escucha el nombre o ve una fotografía de este insigne señor, el estómago se le vuelca en la boca y no puede evitar unas arcadas que la dejan exhausta. Nadie a su alrededor puede nombrar a Felip Puig o mostrarle una fotografía del conseller, si no es a riesgo de provocarle unas vomiteras que dejarían consumido al más fornido de los hombres. Como ya he dicho, no hay médico que haya encontrado la solución a su dolencia y todos esperamos que con el tiempo desaparezca, tanto la vomitera de Gemma como la presencia del señor Felip Puig.

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