Repensar la democracia o sobre el inmovilismo del poder

Cuando nos explican el sentido original del término "democracia" (es decir, cuando nos dan una lección porque los incultos no entendemos) nos explican aquello del "gobierno del pueblo", como si la traducción literal del término fuera suficiente como para aclararlo. No sé yo, pero sospecho alguna treta detrás de esta explicación. Y la sospecho porque entiendo que la democracia no es una forma de estado inmóvil o una estación de llegada, sino una lucha constante y eterna por la búsqueda de un estado más justo e igualitario. La democracia originaria me da en la nariz que era simplemente el establecimiento de unas reglas del juego a partir de las cuales era necesario encontrar el camino adecuado corriendo el riesgo de cometer equivocaciones y de corregir constantemente el rumbo. El sentimiento democrático surge de la constatación de que no somos dioses y de que la verdad se nos oculta más allá del alcance de nuestra vista; es decir, el sentimiento y la necesidad democrática surge como oposición a los que proponían la inmovilidad de un poder que en absoluto era cuestionable, un poder otorgado por la divinidad o por el conocimiento exclusivo de una verdad alejada de nosotros o por la posesión de la riqueza.

Por otro lado, cuando en los orígenes de la Asamblea Francesa se estableció el sentido del término izquierda, éste se refería al tercer estado (las clases pobres y las populares) porque el lugar en el que debían sentarse era precisamente a la izquierda del aún monarca. El lado derecho lo ocuparon la clase noble y el clero. Posteriormente, ese lugar geográfico (e ideológico) lo ocupó la burguesía. Desde entonces, y como vencedores de la Revolución, esa derecha no se ha movido, si no es por los empujones que, en ocasiones, se han atrevido a promover los sectores de izquierdas. Los partidos de izquierdas (desde el anarquismo y el comunismo a la socialdemocracia), los movimientos obreros (y también los sindicatos), las revueltas populares (feministas, estudiantes o simplemente pobres) o el peligro que significaba el ogro bolchevique, han sido los únicos escollos que la derecha ha tenido que salvar ofreciendo las reformas necesarias para mantener el denominado "equilibrio democrático". Pero lo que nunca ha entendido la derecha es que la democracia no puede llegar a ser nunca un estado social eterno e inmóvil.

Vivimos bajo una estructura democrática que, quizás, ya no corresponde a los tiempos que corren. Seguimos gobernados por partidos políticos y clases dirigentes (por cierto, no siempre sometidas al poder político) que se esconden tras leyes que protegen a la maquinaria de partidos e impone la proporcionalidad electoral que asegura dejar sin voz a las minorías, por ejemplo. Además, esa misma estructura de poder se encarga de tutelar nuestras vidas, nuestros sentimientos y nuestros deseos. El mercado es la expresión más clara de esa tutela (a las pruebas me remito: la mediocridad cuando no la necedad de las televisiones, la irrealidad de Hollywood, la tiranía de la moda, la imagen que nos imponen del triunfador, el consumismo como finalidad...). Yo no sé cuál es el camino, admito mi inutilidad, y seguramente más de uno pueda recriminarme mi incapacidad al ofrecer alternativas (¡Pues vaya mierda de artículo! ¡Si no dice nada!). Pero sí sé que nos conviene regresar al planteamiento más esencial de la democracia, a saber: no conocemos nada más allá de lo que sentimos a nuestro alrededor, no hay criterios para sentenciar definitivamente cuál es el estado ideal, sólo somos seres imperfectos en busca de la felicidad y esa búsqueda es un camino inexplorado que debemos continuar indefinidamente.

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